Catalina de Siena
Nació en Siena, en 1347. A la edad de 16 años, impulsada por una visión de santo Domingo, entró en la Tercera Orden Dominica, en la rama femenina llamada de las Mantellate. Permaneciendo en su familia, confirmó el voto de virginidad que había hecho privadamente cuando todavía era una adolescente, se dedicó a la oración, a la penitencia y a las obras de caridad. Tenía veinte años cuando Cristo le manifestó su predilección a través del símbolo místico del anillo nupcial. Era la culminación de una intimidad madurada en lo escondido y en la contemplación, gracias a su constante permanencia, incluso fuera de las paredes del monasterio, en aquella morada espiritual que ella gustaba llamar la «celda interior». El silencio de esta celda, haciéndola docilísima a las inspiraciones divinas, pudo compaginarse bien pronto con una actividad apostólica extraordinaria. Cuando se difundió la fama de su santidad, fue protagonista de una intensa actividad de consejo espiritual con todo tipo de personas: incluido el Papa Gregorio XI que en aquel período residía en Aviñón y a quien Catalina exhortó enérgica y eficazmente a regresar a Roma. Viajó mucho para solicitar la reforma interior de la Iglesia y para favorecer la paz entre los Estados. Murió en Roma el 29 de abril de 1380. Fue canonizada en 1461.